A mediados de este año comencé con pérdidas entre medio de las menstruaciones.
Ciclos largos, ciclos cortos, sangrados a destiempo... No quise darle importancia pero con el correr del tiempo las cosas no mejoraban. Y entonces comprendí que tendría que volver a hacerme los chequeos correspondientes que se hace cualquier mujer.
¿Hacía cuánto que no me hacía un pap? ¿Una colpo? Había pasado monitoreándome tres años seguidos de mi vida para luego, harta de todo, no volver a hacerme un chequeo de rutina en casi dos años.
Recuerdo que mis últimos análisis de sangre habían sido durante aquellas dos fatídicas semanas de abril de 2015 luego del embarazo bioquímico. Cada dos días me había ido a sacar religiosamente sangre hasta que la beta dio un número tan bajo que era obvio que todo había pasado.
Ahora tenía que volver a un ginecólogo. Pero ¿a quién? Luego de todo lo que había vivido... ¿a quién le encomendaría mi cuerpo? ¿En quién iba a confiar, abrir las piernas, aceptar el espéculo?
Tuve que aceptar la huella que todo esto había dejado en mi. Una huella dolorosa.
Lo hablé con mi pareja. Los dos sopesamos qué sería mejor. Y ambos estuvimos de acuerdo en que tenía que volver con nuestro médico de fertilidad. Era él quien me había operado la endometriosis, era él quien me había quitado el mioma de 5 cm, quien había estado en casi todas mis ecografías, quien conocía mis ovarios y mi útero como nadie.
No tendría que explicarle nada.
Entonces le escribí y le pregunté si podía verlo aún cuando mi consulta no tenía nada que ver con fertilidad ni con un tratamiento.
Su respuesta fue inmediata y contenedora.
Venite la semana que viene, decía su mail.
Pedí un turno.
-¿Es paciente del doctor?
Respiré hondo y respondí:
-Si.
Me dieron un turno para la semana siguiente. Insólito para alguien que no está en tratamiento de fertilidad. Pero yo era su paciente.
Me recibió con un caluroso abrazo.
-¿Cómo no me voy a acordar de vos? Me acuerdo de todo. Tu quiste endometrósico, el mioma, dos bloques enormes sacamos, y tu embarazo que se perdió, todos los intentos, la baja reserva ovárica... yo, si en diez años te encuentro por la calle, voy a saber quién sos, sin ninguna duda. Es mucha historia la que se vive acá, mucha historia...
Tuve que apretar los labios con fuerza para no llorar delante de él. No quería llorar. Pero me emocionó que se acordara. Nunca había hablado del embarazo que se perdió con él. De pronto me di cuenta de cómo todos a mi alrededor lo pasaban por alto, como también nosotros, en el afán de seguir con nuestras vidas, lo pasábamos por alto. Pero allí, en ese consultorio, había alguien que recordaba que mi embrioncito había sido real. Que todos los embrioncitos habían sido reales pero más aquel que se había agarrado fuerte por un tiempo y se había dejado ver, palpitar, sentir... hasta que ya no había tenido más fuerza...
Pasamos a la salita donde está el ecógrafo. En un santiamén me hizo un pap, el pap más corto de mi historia. Manos perfectas, de cirujano. La ecografía también dio bien.
-Yo veo todo normal. Un poquito de endometriosis aquí... y acá un miomita... pero muy pequeño, nada preocupante.
Ya en el consultorio hablamos de mis pérdidas. Pero estaba claro que en lo orgánico todo parecía estar bien.
-Vamos a hacer unos análisis de sangre para ver cómo están tus hormonas. ¿Hace cuánto que no te hacés un chequeo de rutina?
-Ufff...
-Ok, ya que te vas a pinchar vamos a medir otras cosas también, ¿te parece?
Vi que anotaba: colesterol, tiroides... la lista seguía, y, por supuesto, mi amiga la fsh, el estradiol... en total eran 13 estudios.
-A veces el ciclo se descontrola un poco pero no hay nada que llame mi atención. Quedate tranquila y decile a tu marido que está todo bien. Es más, dame su mail que se lo digo yo.
Salí de ahí como si hubiera hecho un año de terapia.
Qué necesarios son los finales para que las pérdidas sanen.