Estoy sentada en el banco de una habitación blanca apretándome la vena del brazo izquierdo. Me acaban de sacar 9 tubitos de sangre. Los conté de reojo: FSH, estradiol, HIV, glucemia, toxoplasmosis, rubeola, Hepatitis B y un par más.
Vampira, le dije a la enfermera que me atendió. Una mujer tan joven y con óvulos seguramente tan sanos y bellos. Era bonita, con su rodete pulcro, tan pulcro como la habitación en la que ahora estoy.
El brazo me duele y tengo la boca pastosa. No desayuné nada por esto del ayuno. Me gustaría un vaso de agua pero el dispenser está vacío. Son las ocho de la mañana y así arrancamos. Bien. Mejor me voy ya a la clínica.
Me levanto y me sigo apretando el brazo. Afuera está templado. El verano se está terminando. Me cubro con un saquito y empiezo a caminar. Sólo unas cuadras me separan de la clínica. Debería desayunar pero no tengo tiempo. Me espera el momento en que el doctor me vea por dentro y haga una ecografía de mis ovarios. La famosa ecografía basal.
¿Cuántas ecografías basales me he hecho en estos últimos dos años? Un montón. Gracias a esas ecografías ahora sé un montón de cosas. Sé que tengo unos ovarios muy lindos. Que funcionan pero no trabajan al cien por cien. Sé que cuando se les pide poquito responden contentos y cuando se les pide mucho se hacen un poco los vagos. Bueno, acá es, llegué.
La secretaria me saluda amablemente. Ya me reconoce y siento que me mira con pena. O tal vez no, tal vez soy yo que estoy proyectando mi pena porque el embarazo no ha llegado aún. Hace dos años que vengo y le pido turnos, recetas, consentimientos. Me siento cansada. Pero vengo igual.
Le doy mi carnet de la obra social y le pido monedas para la máquina de café. En eso se abre la puerta. Lo veo a mi médico que hace pasar a una pareja. Antes me ve y me saluda con una sonrisa. Es increíble lo que siento por este hombre. Es sólo un médico pero hemos compartido mucha historia. Hubo momentos gloriosos como cuando descubrimos que había un saco gestacional creciendo en mi útero luego de la segunda inseminación. Y momento muy tristes como cuando me tuvo que anunciar que ese saco no seguiría creciendo, que lo perdería.
Me hago un café en la máquina y me voy a sentar en la sala de espera. El brazo me arde un poco y siento la vena hinchada. Qué feo. Espero que sane rápido porque voy a necesitarla mucho este mes. Si es que empezamos este mes. Para eso está la ecografía basal.
Finalmente llega mi turno y me hace pasar a su consultorio. Preguntas de rigor, el "cómo estás" y el típico "vamos a mirar".
Me hace pasar a otra sala donde me pongo una bata que cubre lo que menos importa cubrir y luego me pongo en posición ginecológica, es decir, me abro bien de piernas y le doy permiso para que me mire por dentro.
Ya conozco sus caras. Conozco que si hace click muchas veces es porque está midiendo algo. Y eso que está midiendo es un folículo en mi ovario derecho. Un folículo de 11 mm que no me permite empezar el tratamiento este mes.
No es un residual, es un folículo de verdad, de esos que se transforman en un óvulo y hacen bebés. O no. No todos los óvulos son buenos para hacer bebés. Porque así de compleja es la reproducción humana.
El médico se agarra la cabeza y piensa, qué hago, ¿qué hago con este folículo? Debería estar menos de 10 mm. Y el guacho está en 11 mm.
Todo es así. Márgenes, límites, cruzarlos o no. Atreverse con un folículo de 11 mm o dejarlo pasar para la próxima.
Pero un tratamiento in vitro no es algo que deba tomarse a la ligera.
Una vez que estoy en el consultorio, cambiada y tranquila le digo:
-Ya sé, no estoy para empezar este mes. Era algo que sabíamos que podía pasar. No me voy a poner mal. Entendí.
Esperar es un ROLLAZO con mayúsculas. Pero es mejor empezar en condiciones óptimas, así que, aunque nos dé cien patadas... merece la pena. ¡Ánimo!
ResponderBorrarEs tremendo todo lo que aprendemos en éste camino...
ResponderBorrarPaciencia y mejor suerte para el próximo mes...
Muchos besoss!