Me acordé de mi mamá. Me acordé de que estuve mucho tiempo enojada con ella porque sentía que no hacía lo correcto, no me gustaba su accionar frente a ciertas cosas, no comprendía de dónde le nacía hacer lo que hacía y por qué. Tuve que pasar por la reproducción asistida para comprender un poco más a mi mamá. Y comprender que uno hace lo que puede. Y que ese poquito que puede ya es mucho.
Ser una mamá... qué lejano que está eso. Y sin embargo, miro de reojo a algunas mamás con sus polluelos colgados del pecho, de la mano, en el regazo. Algunas erguidas, otra medio como pueden, en el colectivo o en el tren van cargadas de bolsos, viandas, niños. Las veo preguntar cómo te fue, cómo estás, secar mocos, reírse y festejar alguna anécdota. Algunas con críos recientes, otras con pre adolescentes que aún no viajan solos. Y a mi me toca cederles el asiento y en verdad se siente bien. Porque está bien. Hay mujeres que procrearon del modo que pudieron o quisieron. Y está bien. Y hay mujeres, como yo, que no procrearemos en esta vida. Y aún así, le damos lugar a lo materno, porque es necesario, está bien, de las mamás venimos y qué sería del renacer del mundo sin las mamás.
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