31 de julio de 2012

Chan

-Estás muy bien- me dice el doc. -Podríamos empezar con el tratamiento más simple en cuanto te venga la menstruación.
Abrí los ojos del tamaño de dos platos.
-¿En serio? ¿Tan rápido?
-Sí, incluso es aconsejable hacerlo luego de la cirugía.
-¿Pero, entonces, vengo la semana que viene? ¡Me va a venir la semana que viene!
-Bueno, podemos esperar al próximo ciclo. Es tu cabeza la que ahora tiene que permitírselo.
Chan.

24 de julio de 2012

Del barro que estamos hechos

Luego de la cirugía no tengo muchas fuerzas para escribir pero diré que:
-Las trompas de falopio están normales y permeables (hiupiii)
-No encontró endometriosis perimetral (¡sorpresa!)
-Hay un quiste que evidentemente desapareció solito.
-Me quitó un quiste (endometrósico) del ovario izquierdo de unos 4 cm.
-Me quitó un mioma uterino subseroso de unos 5 cm.

23 de julio de 2012

Todo para la curación

El jueves nos levantamos a las seis de la mañana. Me bañé con el jabón pervinox tal como me lo habían indicado, me cambié, hice la mochila con algunas prendas y separé los papeles para la internación. No podía beber ni comer nada. Él se tomó un café y partimos rumbo a la clínica. Cuando llegamos aún era de noche. En admisión me pidieron mis datos, me hicieron llenar unos papeles, firmar un consentimiento y me mandaron a cirugía ambulatoria (por un tema de la obra social no podían enviarme directamente a una habitación).

La enfermera de cirugía ambulatoria resultó ser un amor. Me tomó la presión, la temperatura, me hizo las preguntas de rigor y me pidió los pre quirúrgicos. "Ahora te voy a mandar a bañar", me dijo dándome una bata, una gorra y pantuflitas. Me sentí como una niña pequeña. En el baño, mientras me duchaba, me despedí de mi ombligo tal y como lo conocía. "Nos veremos en unos días y ya todo habrá cambiado", pensé. Al terminar volví a la habitación donde además de él ya estaban mis papás. Yo estaba muy ridícula con la ropa para entrar al quirófano pero no me importó. Me sentía tranquila lo cual no dejaba de ser extraño.

Apareció mi médico que venía de hacer una laparoscopía previa para saludarme. Lo primero que dijo fue: "ah, pero qué elegancia". Nos reímos. Después me preguntó si había logrado dormir algo. "Sí", le respondí, "Y vos, ¿descansaste bien? Porque el que va a operar acá sos vos". Se rió y me aseguró que sí. Tranquilizó a todo el mundo y aclaró un poco los tiempos de la cirugía. Luego, la enfermera vino a buscarme y me llevó caminando a la zona de los quirófanos que estaba pintada de un azul como el de las piscinas. Pasamos pasillos y puertas de vidrio.
-Entonces así es como son los hospitales del otro lado...
Me recibió otra enfermera que me volvió a hacer las preguntas de rigor mientras me llevaba al quirófano. Me acostaron en una camilla y se presentaron todos: el anestesista y algunos otros médicos. Se los veía alegres, estaban radiantes en sus trajes de quirófano. "Esta gente trabaja de esto. Es lo que hacen de sus vidas". Luego apareció mi médico y me los fue presentando a todos. "Son amigos, trabajan en equipo, se tratan bien", pensé. Eso me tranquilizó. El anestesista me preguntó si ya había estado en un quirófano alguna vez. Le dije que no, que era mi primera vez. Entonces me explicó exactamente lo que iba a sentir. Una de las médicas jóvenes me sonrió mientras se lavaba y me dijo: "que curiosa sos, cómo mirás todo". Yo no podía explicarle que todo me resultaba fascinante, estar allí, con ellos y todo ese equipamiento al servicio de mi curación.

Me pusieron una vía que casi ni sentí y me administraron algo que me relajaba y me daba mareos. Podía escucharlos aún revolotear, hablar entre ellos. Sentí una voz desde el fondo de mi alma que me decía: "Bueno... finalmente vas a experimentar la materia. Este es un mundo donde hay materia". Una de las médicas me acomodó las piernas en posición ginecólogica y me explicó que lo hacía conmigo despierta para que yo estuviera cómoda, me preguntó varias veces si la posición no me dolía. Todo estaba cargado de una atmósfera de respeto y atención. Mi médico me pidió que cerrara los ojos y su pedido me hizo sonreir. Los cerré pero aún los escuchaba. Una última pregunta me atormentó. "¿Y si no me dormía?". Los efectos de la anestesia comenzaron a hacer efecto y por último escuché la voz del anestesista diciendo: "bueno, ahora sí, buen viaje, chauuu".

Y así fue. Fue un chau rotundo. Se apagó el mundo. Me sumergí en un sueño muy profundo. Me sentía calentita y cómoda. No recuerdo qué soñé pero me sentía en un sitio seguro, amado y muy tranquilo.

Y de pronto, pum, vuelta a la vida. "Hoooola, arriiiiiba, todo está bien", dijo el anestesista. De lejos, la voz de mi médico diciendo: "Todo quedó perfecto". Se lo sentía feliz, exultante. Eso me dio tranquilidad. Tosí como si estuviera respirando mi primera bocanada de aire. Hice una señal de "está todo bien" con el dedo pulgar. Unos cuantos brazos me trasladaron a la camilla que me llevó a la habitación de cirugía ambulatoria. Sentí las manos amorosas de la enfermera tapándome con varias frazadas y el cuerpo que no me respondía. Yo sólo quería dormir pero el cuerpo quería despertar. Respiré profundo. Trataba de relajar los miembros pero se me contraían.

Luego me cambiaron a la habitación que me correspondía. Fui en camilla, semidormida. Yo sólo veía luces. Fue como estar en una película pero sin la banda sonora. De pronto, en el medio del sopor de la anestesia murmuré: "ahora entiendo por que en las series de médicos te muestran siempre estas luces, es lo que ve el paciente desde la camilla".