18 de marzo de 2016

TRUC

Estoy viviendo los últimos coletazos de todos los tratamientos que emprendí en estos últimos tres años. Y quiero compartirlo con ustedes.
 
Comenzaron nuevamente las clases y me sorprendió la mirada de agunos de mis alumnos. Porque quienes me conocen de cerca sabían y entonces no me decían nada pero ellos... mis alumnos... no tenían ni idea. Y de pronto... viene una alumna y me dice que estoy más delgada. 
 
Y no, la verdad es que no estoy más delgada. Sólo que no estoy inflada por las hormonas. O embarazada de un embrión que no ha podido quedarse. O recuperándome de una in vitro que dio negativa. O de una inseminación fallida. Sí, estoy recuperando el cuerpo que tenía antes de meterme en todo este barullo. Y no hablo sólo de kilos o de lo que se ve exteriormente. Hablo de algo mucho más interno.

Porque primero fue la laparoscopía, al año siguiente las inseminaciones y la pérdida gestacional de pocas semanas, al año siguiente la primera in vitro... los embriones congelados y que salga todo negativo y al año siguiente la segunda in vitro... el embarazo bioquímico y parar.
 
Dicen que químicamente las drogas que las mujeres nos inyectamos quedan en el organismo durante un par de meses. El cuerpo tarda un par de ciclos menstruales para sacarse de encima toda la batería de hormonas sintéticas. En esos momentos las sensaciones son variadas. Es como si se saliera de una pileta con cloro, limpia, perfecta y nos metiéramos en un mar profundo, sinuoso y oscuro.

Pero lo que no te dicen es el stress que queda, eso no se va en dos ciclos. Y no porque una esté pensando todo el tiempo en el tratamiento (como algunos creen) sino que el stress ha dejado una huella invisible en el organismo y se ha enquistado. Ha creado una barrera defensiva entre nuestro ser y el mundo. Y romper esa barrera puede llevar mucho tiempo.
 
No hubo shiatsu, psicoanálisis, brujos, dieta, ni acupuntura que la rompiera. Todo eso estuvo bien, claro, siempre viene bien que nos toquen, nos muevan, nos hagan sentir donde hay tanta cicatriz que ni una misma sabe qué hay ahí guardado realmente. 

Una tarde brotaron de mí las siguientes palabras: "No puedo más. No quiero más. Siento que me estoy muriendo".
 
¡BUM!
 
Para los médicos una mujer que aún no ha cumplido los 40 años tiene chances de embarazarse con sus propios óvulos. Mi médico suele resolverlo con la siguiente frase: "vos todavía sos joven". Pero ahí estaba yo con mis 38 años, a punto de cumplir 39 sintiendo que una in vitro más y un embarazo podían matarme. Y me sentí culpable.
 
Reconocer la culpa... qué difícil. La culpa de no querer seguir luchando cueste lo que cueste, de no querer ir hasta el fondo de todo, de no querer dejar la vida en ello. ¿Por qué? Qué tonto parece todo... dejar mi vida en ello porque quiero engendrar un bebé, un hijo, MI HIJO.
 
Ya bastante me costó llegar hasta acá, con una mamá enferma, testaruda y apasionada que quiso tenerme a costa de su salud. Lo hizo por amor. Sí, fue un gran acto de amor para que yo pudiera  conseguir este cuerpo, resistir unos siete meses en su útero materno, complicado, fluctuante. Era vivir o morir ahí adentro y médicos y más médicos, estadísticas, mediciones... pronósticos... La culpa de no ser como mi mamá que perdió dos bebés antes de tenerme y contra todo lo que decían los médicos se buscó uno que la ayudó a gestarme, a parirme. La culpa de no ser capaz de ese gran acto de amor. 
Reconocer la culpa, perdonarse. Seguir amando. Por sobre todo eso. Seguir amando.

La voz de mi mamá se cuela entre mis pensamientos: "Pero vos no sos yo, vos sos distinta y está bien que lo seas, liberate de esta historia, liberate".

Hay un instante en el cerebro humano, cuando algo cambia. Se siente el "truc" de un pensamiento disolviéndose. El alivio.


Y ahí estoy, sintiendo ese "truc", esa liberación.