14 de junio de 2016

Se cierra el círculo

"La aventura usual del héroe empieza con alguien a quien le han quitado algo, o que siente que falta algo a la experiencia normal disponible y permitida a los miembros de su sociedad. Esta persona entonces emprende una serie de aventuras más allá de lo ordinario, ya sea para recuperar algo de lo perdido o para descubrir algún elixir que da vida. Usualmente es un ciclo, una ida y una vuelta. (...) Evolucionar de esta posición de inmadurez psicológica hasta el valor de la responsabilidad y la seguridad en sí mismo exige una muerte y una resurrección. Es el tema básico y universal del periplo del héroe: salir de una condición y encontrar la fuente de la vida para regresar maduro y enriquecido."

Joseph Campbell, El poder del mito, Emecé, Buenos Aires, pág 180.

Desde mayo estoy asistiendo a una capacitación en eutonía. Además de enamorarme de esta increíble disciplina esta capacitación me hizo conocer un círculo de mujeres inmensas. Un poco brujas, otro poco maternales, desafiantes y muy amorosas.
En el último encuentro trabajamos uno de los principios de la eutonía: el espacio interno. Mediante movimientos y ejercicios fuimos descubriendo el volumen de cada órgano dentro del cuerpo.
Yo estaba con un atraso de una semana. Luego de varios ciclos cortos me estaba tocando finalmente uno largo. Ya estaba en mi día 37 sin atisbo de la menstruación. Acostumbrada a ciclos de 25 días esto ya se estaban tornando una eternidad. Era imposibe que estuviera embarazada de modo que el atraso podía deberse más a mi mente jugándome una mala pasada o a que mis hormonas estuvieran fuera de sus parámetros "normales". 
Al terminar el último ejercicio de la mañana sentí que mi útero despertaba de su letargo. Como si saliera de una anestesia, la zona baja de mi abodmen comenzó a temblar y empecé a sentir puntadas. Me embargó el miedo porque eran puntadas que me recordaban otras puntadas del pasado, otros momentos, otras incertidumbres.
Empecé a llorar muy suavecito acostada en mi colchoneta. Había otras mujeres en estado de relajación, cada una con su escucha y sus preguntas. Pero la docente a cargo del curso se dio cuenta de que algo no estaba bien.
Se me acercó y me preguntó cómo estaba. ¿Qué podía decir?
Me puso su mano en la zona del útero.
-Hace una semana que no me viene la menstruación.
Se le iluminaron los ojos.
-No, no estoy embarazada.
-¿Cómo estás tan segura? ¿Te cuidaste?
Supe que iba a tener que decirlo. Tenía que ser una frase contundente que no le dejara dudas. Un jaque mate y que me dejara en paz.
-Mi pareja es estéril. No puedo embarazarme de él.
Sus ojos me llegaron al corazón. De pronto comprendí algo nuevo para mi. Supe que en ese lugar estaba a salvo. Que podía fluir con mi tristeza en paz.
Supe también, al instante, que estaba rodeada de una energía increíble, amorosa y buena.
Supe que estaba llorando mis pérdidas. Todas mis pérdidas. Los bebés que no pudieron ser. Y que tenía que llorarlos, darles ese lugar.
Las puntadas desaparecieron. En su lugar, comencé a menstruar.
Al final hicimos un círculo de mujeres. Cada una fue expresando su maravilla, sensaciones, asombros, miedos. Fueron brotando de cada par de labios. Yo no quería hablar. Pero había algo más fuerte que yo. Algo que necesitaba decirse, expresarse, hacerse carne en el verbo.
Y entonces frente a un grupo de madres, tías, abuelas, mujeres sin hijos, mujeres con o sin úteros, mujeres con mucha vida a cuestas, conté mi pequeño periplo de tres años por la Reproducción Asistida. Fui clara y sin golpes bajos. Aún hoy me sorprende la claridad con la que salieron mis palabras. Hablé de la búsqueda de un bebé, los negativos, los abortos, las técnicas cada vez más complicadas y el decir basta.
Me escucharon en silencio. A medida que yo iba contando y que las lágrimas iban empapando mi cara comencé a sentir el calor de varias manos que me tocaban y me abrazaban. Al final quedamos todas entrelazadas en un profundo abrazo energético. De todos esos cuerpos irradiaba el abrazo.
Y ese abrazo fue inmensamente sanador.
Comprendí que mi historia en particular carece de importancia. Lo que importa es que el impulso que me llevó a vivirla es un sentimiento universal que cualquier ser vivo con un corazón sensible puede comprender y abrazar.
Desde ese día vuelo un poquito más alto, todos los días.

2 de junio de 2016

Valientes amigos

Ayer llegué a casa cansada con frío. Él me estaba esperando con una noticia que no me quiso dar por teléfono. Apenas llegué fue a buscar su celular y me mostró una foto. En ella se veían tres niños de siete, seis y dos años. Estaban abrazados, los tres. "Son los hijos de G y M".
G y M estaban anotados en el registro de adoptantes desde hace más de un año. Luego de buscar por la via natural, por tratamientos in vitro, por ovodonación, tras negativos y pérdidas llegaron a este camino de la adopción. Habían pedido hasta tres niños de distintas edades. Luego de armar una carpeta, varias entrevistas con asistente social, psicólogos, llamadas, golpear puertas e insistir allí estaba la puerta de entrada a la maternidad y paternidad. 
El corazón me saltó de alegría.
Pensé en los ovarios de G y en los huevos de M. ¡¡Valientes ambos!! ¡Adoptar tres hermanos de distintas edades! ¡Abrir el corazón de esa manera! G y M me demostraron ayer que para ser mamá y papá no se necesitan ovarios y huevos sino un corazón inmenso donde albergar la vida de pequeños seres. Gracias por ser mis amigos. Gracias por enseñarme tanto.
Se me fue el frío y el cansancio. Abrimos un vino y brindamos por nuestros amigos y su familia ampliada.
Y esos bellísimos niños que tienen la fortuna de que hoy dos corazones los amen para siempre.