28 de noviembre de 2016

Pérdidas

A mediados de este año comencé con pérdidas entre medio de las menstruaciones.
Ciclos largos, ciclos cortos, sangrados a destiempo... No quise darle importancia pero con el correr del tiempo las cosas no mejoraban. Y entonces comprendí que tendría que volver a hacerme los chequeos correspondientes que se hace cualquier mujer.
¿Hacía cuánto que no me hacía un pap? ¿Una colpo? Había pasado monitoreándome tres años seguidos de mi vida para luego, harta de todo, no volver a hacerme un chequeo de rutina en casi dos años.
Recuerdo que mis últimos análisis de sangre habían sido durante aquellas dos fatídicas semanas de abril de 2015 luego del embarazo bioquímico. Cada dos días me había ido a sacar religiosamente sangre hasta que la beta dio un número tan bajo que era obvio que todo había pasado.
Ahora tenía que volver a un ginecólogo. Pero ¿a quién? Luego de todo lo que había vivido... ¿a quién le encomendaría mi cuerpo? ¿En quién iba a confiar, abrir las piernas, aceptar el espéculo?
Tuve que aceptar la huella que todo esto había dejado en mi. Una huella dolorosa.
Lo hablé con mi pareja. Los dos sopesamos qué sería mejor. Y ambos estuvimos de acuerdo en que tenía que volver con nuestro médico de fertilidad. Era él quien me había operado la endometriosis, era él quien me había quitado el mioma de 5 cm, quien había estado en casi todas mis ecografías, quien conocía mis ovarios y mi útero como nadie.
No tendría que explicarle nada.
Entonces le escribí y le pregunté si podía verlo aún cuando mi consulta no tenía nada que ver con fertilidad ni con un tratamiento.
Su respuesta fue inmediata y contenedora.
Venite la semana que viene, decía su mail.
Pedí un turno.
-¿Es paciente del doctor?
Respiré hondo y respondí:
-Si.
Me dieron un turno para la semana siguiente. Insólito para alguien que no está en tratamiento de fertilidad. Pero yo era su paciente.
Me recibió con un caluroso abrazo.
-¿Cómo no me voy a acordar de vos? Me acuerdo de todo. Tu quiste endometrósico, el mioma, dos bloques enormes sacamos, y tu embarazo que se perdió, todos los intentos, la baja reserva ovárica... yo, si en diez años te encuentro por la calle, voy a saber quién sos, sin ninguna duda. Es mucha historia la que se vive acá, mucha historia...
Tuve que apretar los labios con fuerza para no llorar delante de él. No quería llorar. Pero me emocionó que se acordara. Nunca había hablado del embarazo que se perdió con él. De pronto me di cuenta de cómo todos a mi alrededor lo pasaban por alto, como también nosotros, en el afán de seguir con nuestras vidas, lo pasábamos por alto. Pero allí, en ese consultorio, había alguien que recordaba que mi embrioncito había sido real. Que todos los embrioncitos habían sido reales pero más aquel que se había agarrado fuerte por un tiempo y se había dejado ver, palpitar, sentir...  hasta que ya no había tenido más fuerza...
Pasamos a la salita donde está el ecógrafo. En un santiamén me hizo un pap, el pap más corto de mi historia. Manos perfectas, de cirujano. La ecografía también dio bien. 
-Yo veo todo normal. Un poquito de endometriosis aquí... y acá un miomita... pero muy pequeño, nada preocupante.
Ya en el consultorio hablamos de mis pérdidas. Pero estaba claro que en lo orgánico todo parecía estar bien.
-Vamos a hacer unos análisis de sangre para ver cómo están tus hormonas. ¿Hace cuánto que no te hacés un chequeo de rutina?
-Ufff...
-Ok, ya que te vas a pinchar vamos a medir otras cosas también, ¿te parece?
Vi que anotaba: colesterol, tiroides... la lista seguía, y, por supuesto, mi amiga la fsh, el estradiol... en total eran 13 estudios.
-A veces el ciclo se descontrola un poco pero no hay nada que llame mi atención. Quedate tranquila y decile a tu marido que está todo bien. Es más, dame su mail que se lo digo yo.
Salí de ahí como si hubiera hecho un año de terapia.
Qué necesarios son los finales para que las pérdidas sanen.



27 de septiembre de 2016

Las mamás

Me acordé de mi mamá. Me acordé de que estuve mucho tiempo enojada con ella porque sentía que no hacía lo correcto, no me gustaba su accionar frente a ciertas cosas, no comprendía de dónde le nacía hacer lo que hacía y por qué. Tuve que pasar por la reproducción asistida para comprender un poco más a mi mamá. Y comprender que uno hace lo que puede. Y que ese poquito que puede ya es mucho.
Ser una mamá... qué lejano que está eso. Y sin embargo, miro de reojo a algunas mamás con sus polluelos colgados del pecho, de la mano, en el regazo. Algunas erguidas, otra medio como pueden, en el colectivo o en el tren van cargadas de bolsos, viandas, niños. Las veo preguntar cómo te fue, cómo estás, secar mocos, reírse y festejar alguna anécdota. Algunas con críos recientes, otras con pre adolescentes que aún no viajan solos. Y a mi me toca cederles el asiento y en verdad se siente bien. Porque está bien. Hay mujeres que procrearon del modo que pudieron o quisieron. Y está bien. Y hay mujeres, como yo, que no procrearemos en esta vida. Y aún así, le damos lugar a lo materno, porque es necesario, está bien, de las mamás venimos y qué sería del renacer del mundo sin las mamás.

15 de septiembre de 2016

Un flujo para nadie

Hoy mientras trabajaba sentí un suave goteo humedeciendo mi ropa interior. Era tan suave la sensación y extraña al mismo tiempo. Fui al baño y me encontré con el famoso flujo, la tan mencionada "clara de huevo". El flujo de la ovulación. Y me sonreí. Mis ciclos ahora son largos. Ya no tengo esas contracciones que tenía cuando me diagnosticaron posible endometriosis ni esas sensaciones de desgarro en los ovarios cuando me dijeron que tenía quistes. Ahora todo es más pausado. Las menstruaciones más largas, la sangre ha vuelto a ser roja, rojísima y abundante.
Y ahora esto.
No, no hay espermatozoides suyos que me puedan embarazar.
Es un flujo para nadie.
Y sin embargo, ahí está la naturaleza misma, riéndose de mi. Ahí esta la naturaleza misma con sus ciclos diciéndome que todo puede renovarse. Y que de la tierra quemada pueden volver a nacer las flores. Con más fuerza que antes.
El deleite está volviendo, junto con los colores, las fuerzas, el hacer, la fortaleza.
Seguimos abrazando el futuro juntos. Sin hijos. Pero tan fértil.
Me sale decir gracias. Y nada más. 

31 de julio de 2016

Mi caballo

Estoy en una pradera verde, corriendo. Todo es hermoso. Siento una libertad infinita. Un amor profundo por todo lo que me rodea. De pronto se me aparece un caballo blanco, poderoso, enorme, soberbio.Yo me tiro al suelo, de espaldas, como si me recostara y siento que el caballo comienza a trotar alrededor mío. No tengo miedo, estoy boca arriba, con el sol dándome en la cara y escucho los cascos del caballo que me pasan cerca. De pronto siento que su enorme cuerpo se tira al suelo a mi lado. Parece un cachorro restregando su espalda contra el verde del pasto. Sus crines me tocan la cara. Está feliz de verme. Al despertarme el primer pensamiento que me surca es: mi caballo volvió.

14 de junio de 2016

Se cierra el círculo

"La aventura usual del héroe empieza con alguien a quien le han quitado algo, o que siente que falta algo a la experiencia normal disponible y permitida a los miembros de su sociedad. Esta persona entonces emprende una serie de aventuras más allá de lo ordinario, ya sea para recuperar algo de lo perdido o para descubrir algún elixir que da vida. Usualmente es un ciclo, una ida y una vuelta. (...) Evolucionar de esta posición de inmadurez psicológica hasta el valor de la responsabilidad y la seguridad en sí mismo exige una muerte y una resurrección. Es el tema básico y universal del periplo del héroe: salir de una condición y encontrar la fuente de la vida para regresar maduro y enriquecido."

Joseph Campbell, El poder del mito, Emecé, Buenos Aires, pág 180.

Desde mayo estoy asistiendo a una capacitación en eutonía. Además de enamorarme de esta increíble disciplina esta capacitación me hizo conocer un círculo de mujeres inmensas. Un poco brujas, otro poco maternales, desafiantes y muy amorosas.
En el último encuentro trabajamos uno de los principios de la eutonía: el espacio interno. Mediante movimientos y ejercicios fuimos descubriendo el volumen de cada órgano dentro del cuerpo.
Yo estaba con un atraso de una semana. Luego de varios ciclos cortos me estaba tocando finalmente uno largo. Ya estaba en mi día 37 sin atisbo de la menstruación. Acostumbrada a ciclos de 25 días esto ya se estaban tornando una eternidad. Era imposibe que estuviera embarazada de modo que el atraso podía deberse más a mi mente jugándome una mala pasada o a que mis hormonas estuvieran fuera de sus parámetros "normales". 
Al terminar el último ejercicio de la mañana sentí que mi útero despertaba de su letargo. Como si saliera de una anestesia, la zona baja de mi abodmen comenzó a temblar y empecé a sentir puntadas. Me embargó el miedo porque eran puntadas que me recordaban otras puntadas del pasado, otros momentos, otras incertidumbres.
Empecé a llorar muy suavecito acostada en mi colchoneta. Había otras mujeres en estado de relajación, cada una con su escucha y sus preguntas. Pero la docente a cargo del curso se dio cuenta de que algo no estaba bien.
Se me acercó y me preguntó cómo estaba. ¿Qué podía decir?
Me puso su mano en la zona del útero.
-Hace una semana que no me viene la menstruación.
Se le iluminaron los ojos.
-No, no estoy embarazada.
-¿Cómo estás tan segura? ¿Te cuidaste?
Supe que iba a tener que decirlo. Tenía que ser una frase contundente que no le dejara dudas. Un jaque mate y que me dejara en paz.
-Mi pareja es estéril. No puedo embarazarme de él.
Sus ojos me llegaron al corazón. De pronto comprendí algo nuevo para mi. Supe que en ese lugar estaba a salvo. Que podía fluir con mi tristeza en paz.
Supe también, al instante, que estaba rodeada de una energía increíble, amorosa y buena.
Supe que estaba llorando mis pérdidas. Todas mis pérdidas. Los bebés que no pudieron ser. Y que tenía que llorarlos, darles ese lugar.
Las puntadas desaparecieron. En su lugar, comencé a menstruar.
Al final hicimos un círculo de mujeres. Cada una fue expresando su maravilla, sensaciones, asombros, miedos. Fueron brotando de cada par de labios. Yo no quería hablar. Pero había algo más fuerte que yo. Algo que necesitaba decirse, expresarse, hacerse carne en el verbo.
Y entonces frente a un grupo de madres, tías, abuelas, mujeres sin hijos, mujeres con o sin úteros, mujeres con mucha vida a cuestas, conté mi pequeño periplo de tres años por la Reproducción Asistida. Fui clara y sin golpes bajos. Aún hoy me sorprende la claridad con la que salieron mis palabras. Hablé de la búsqueda de un bebé, los negativos, los abortos, las técnicas cada vez más complicadas y el decir basta.
Me escucharon en silencio. A medida que yo iba contando y que las lágrimas iban empapando mi cara comencé a sentir el calor de varias manos que me tocaban y me abrazaban. Al final quedamos todas entrelazadas en un profundo abrazo energético. De todos esos cuerpos irradiaba el abrazo.
Y ese abrazo fue inmensamente sanador.
Comprendí que mi historia en particular carece de importancia. Lo que importa es que el impulso que me llevó a vivirla es un sentimiento universal que cualquier ser vivo con un corazón sensible puede comprender y abrazar.
Desde ese día vuelo un poquito más alto, todos los días.

2 de junio de 2016

Valientes amigos

Ayer llegué a casa cansada con frío. Él me estaba esperando con una noticia que no me quiso dar por teléfono. Apenas llegué fue a buscar su celular y me mostró una foto. En ella se veían tres niños de siete, seis y dos años. Estaban abrazados, los tres. "Son los hijos de G y M".
G y M estaban anotados en el registro de adoptantes desde hace más de un año. Luego de buscar por la via natural, por tratamientos in vitro, por ovodonación, tras negativos y pérdidas llegaron a este camino de la adopción. Habían pedido hasta tres niños de distintas edades. Luego de armar una carpeta, varias entrevistas con asistente social, psicólogos, llamadas, golpear puertas e insistir allí estaba la puerta de entrada a la maternidad y paternidad. 
El corazón me saltó de alegría.
Pensé en los ovarios de G y en los huevos de M. ¡¡Valientes ambos!! ¡Adoptar tres hermanos de distintas edades! ¡Abrir el corazón de esa manera! G y M me demostraron ayer que para ser mamá y papá no se necesitan ovarios y huevos sino un corazón inmenso donde albergar la vida de pequeños seres. Gracias por ser mis amigos. Gracias por enseñarme tanto.
Se me fue el frío y el cansancio. Abrimos un vino y brindamos por nuestros amigos y su familia ampliada.
Y esos bellísimos niños que tienen la fortuna de que hoy dos corazones los amen para siempre.

24 de mayo de 2016

Lo que me ronda en estos días

No me asusta el futuro sin hijos.
En realidad ya no me asustan muchas cosas. ¿Cómo sucedió? Me atrevería a decir que la experiencia de la reproducción asistida lo cambió todo. 
No me asusta la soledad, envejecer, entiendo que el amor puede venir de múltiples maneras. Entiendo que se puede incluso maternar a alguien de múltiples maneras.
La realidad es que nunca me importó el cochecito, los miles de implementos para bebés y esas cosas. Conozco mujeres que adoran esas cosas y está perfecto pero a mí no me pasó nunca. Tampoco me pasó que miraba bebés y me moría de ganas de abrazarlos. 
Yo quería tener a mi bebé, los bebés de los otros eran de los otros.
Pero desde que siento que no voy a tener un bebé mi vida tiene otro color. No sé bien cómo explicarlo sin que suene fatalista.   
Creo que los embarazos son milagros muy hermosos. Y también son la manifestación de que formamos parte de algo mayor. Pero creo que hay muchos milagros en este mundo y que estar viva a los casi 40 años, gozando de una buena salud es uno de ellos.
Ser mamá es una experiencia que te enseña mucho sobre el amor, el cuidar a un otro, nutrirlo, estar para ese otro ser.
Creo que yo hubiera sido una madre rara y complicada. Porque entre otras cosas yo amo mi libertad más que a nada en este mundo.

25 de abril de 2016

Luna llena otra vez

Se cumplirá un año de mi última in vitro, un año desde que no pudiste quedarte conmigo.
Se cumplirá un año de sentir los espéculos de un médico metiéndose en mi carne, un año de mi última menstruación medicada, un año de mi llanto desgarrador porque un valor medible en mi sangre decía que ya no estabas conmigo.
Y lo siento tanto.
Te hubiera amado más que a cualquier cosa en este mundo.
Pero qué digo... si el amor nunca se acaba. Se multiplica a raudales. De eso se trata esto. De amar, de la entrega, de abrazar.
Te veo en cada brillo de cada ser vivo en este mundo.
Estás en todos ellos.
Te amo para siempre. No estaré nunca sola.
Esta fue una gran aventura, mi vida.

4 de abril de 2016

El arte de perder

Este poema me parece muy muy apropiado para todo aquel que esté pasando por un tratamiento de reproducción asistida. 
Un arte (Elizabeth Bishop)

El arte de perder se domina fácilmente;
tantas cosas parecen decididas a extraviarse
que su pérdida no es ningún desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la angustia
de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano.
El arte de perder se domina fácilmente.
Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido:
lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar.
Ninguna de esas pérdidas ocasionará el desastre.
Perdí el reloj de mi madre. Y mira, se me fue
la última o la penúltima de mis tres casas amadas.
El arte de perder se domina fácilmente.
Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aun más:
algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.
Incluso al perderte (la voz bromista, el gesto
que amo) no habré mentido. Es indudable
que el arte de perder se domina fácilmente,
así parezca (¡escríbelo!) un desastre.

18 de marzo de 2016

TRUC

Estoy viviendo los últimos coletazos de todos los tratamientos que emprendí en estos últimos tres años. Y quiero compartirlo con ustedes.
 
Comenzaron nuevamente las clases y me sorprendió la mirada de agunos de mis alumnos. Porque quienes me conocen de cerca sabían y entonces no me decían nada pero ellos... mis alumnos... no tenían ni idea. Y de pronto... viene una alumna y me dice que estoy más delgada. 
 
Y no, la verdad es que no estoy más delgada. Sólo que no estoy inflada por las hormonas. O embarazada de un embrión que no ha podido quedarse. O recuperándome de una in vitro que dio negativa. O de una inseminación fallida. Sí, estoy recuperando el cuerpo que tenía antes de meterme en todo este barullo. Y no hablo sólo de kilos o de lo que se ve exteriormente. Hablo de algo mucho más interno.

Porque primero fue la laparoscopía, al año siguiente las inseminaciones y la pérdida gestacional de pocas semanas, al año siguiente la primera in vitro... los embriones congelados y que salga todo negativo y al año siguiente la segunda in vitro... el embarazo bioquímico y parar.
 
Dicen que químicamente las drogas que las mujeres nos inyectamos quedan en el organismo durante un par de meses. El cuerpo tarda un par de ciclos menstruales para sacarse de encima toda la batería de hormonas sintéticas. En esos momentos las sensaciones son variadas. Es como si se saliera de una pileta con cloro, limpia, perfecta y nos metiéramos en un mar profundo, sinuoso y oscuro.

Pero lo que no te dicen es el stress que queda, eso no se va en dos ciclos. Y no porque una esté pensando todo el tiempo en el tratamiento (como algunos creen) sino que el stress ha dejado una huella invisible en el organismo y se ha enquistado. Ha creado una barrera defensiva entre nuestro ser y el mundo. Y romper esa barrera puede llevar mucho tiempo.
 
No hubo shiatsu, psicoanálisis, brujos, dieta, ni acupuntura que la rompiera. Todo eso estuvo bien, claro, siempre viene bien que nos toquen, nos muevan, nos hagan sentir donde hay tanta cicatriz que ni una misma sabe qué hay ahí guardado realmente. 

Una tarde brotaron de mí las siguientes palabras: "No puedo más. No quiero más. Siento que me estoy muriendo".
 
¡BUM!
 
Para los médicos una mujer que aún no ha cumplido los 40 años tiene chances de embarazarse con sus propios óvulos. Mi médico suele resolverlo con la siguiente frase: "vos todavía sos joven". Pero ahí estaba yo con mis 38 años, a punto de cumplir 39 sintiendo que una in vitro más y un embarazo podían matarme. Y me sentí culpable.
 
Reconocer la culpa... qué difícil. La culpa de no querer seguir luchando cueste lo que cueste, de no querer ir hasta el fondo de todo, de no querer dejar la vida en ello. ¿Por qué? Qué tonto parece todo... dejar mi vida en ello porque quiero engendrar un bebé, un hijo, MI HIJO.
 
Ya bastante me costó llegar hasta acá, con una mamá enferma, testaruda y apasionada que quiso tenerme a costa de su salud. Lo hizo por amor. Sí, fue un gran acto de amor para que yo pudiera  conseguir este cuerpo, resistir unos siete meses en su útero materno, complicado, fluctuante. Era vivir o morir ahí adentro y médicos y más médicos, estadísticas, mediciones... pronósticos... La culpa de no ser como mi mamá que perdió dos bebés antes de tenerme y contra todo lo que decían los médicos se buscó uno que la ayudó a gestarme, a parirme. La culpa de no ser capaz de ese gran acto de amor. 
Reconocer la culpa, perdonarse. Seguir amando. Por sobre todo eso. Seguir amando.

La voz de mi mamá se cuela entre mis pensamientos: "Pero vos no sos yo, vos sos distinta y está bien que lo seas, liberate de esta historia, liberate".

Hay un instante en el cerebro humano, cuando algo cambia. Se siente el "truc" de un pensamiento disolviéndose. El alivio.


Y ahí estoy, sintiendo ese "truc", esa liberación.

3 de febrero de 2016

Llega mi cumpleaños

El año empezó raro.
A lo micro hay que agregarle lo macro y no creo que nadie que tenga un poco de sensibilidad social haya sentido que este año empezó bien.
Se sabe que la reproducción asistida cambia todo el esquema de vida y ahora que no estamos pensando en reproducirnos emergen otras necesidades.
Y aunque cueste decirlo.... la verdad es que no sé bien qué necesidades son esas.
Nótese que pasé de la primera persona del plural a la primera del singular. Porque ahora hablaré por mi y no por un nosotros.
En estos tres años de luchar contra la infertilidad confirmé lo que supe desde el momento en que me enamoré de él. Mi amor por él nunca estuvo atado a la idea de ser papás. Siempre supimos que ése era un deseo. Pero no era el único deseo.
Tuve suerte de conocerlo, de enamorarme, de conocer el amor verdadero. Tuve suerte de que este amor me hiciera crecer en aspectos que jamás pensé que se podía. Tuve suerte también de que me hiciera pasar por momentos muy oscuros porque, en definitiva, luego de pasar por ellos, la luz es tan intensa que aleja el miedo.
Yo no sé qué será de nosotros como papás. Lo que sé es que este año cumpliré 39 años y desde los 35 que vengo intentando ser mamá. Y este cumpleaños es el primero en estos tres años en los que pediré otros deseos. Y no pediré el deseo de "quedarme embarazada".
No deseo volver a pasar por un tratamiendo de reproducción asistida (que es el modo en que podría embarazarme). Porque cuatro inseminaciones artificiales, un aborto espontáneo, dos in vitro, una transferencia de congelados y un embarazo bioquimico mermaron mi salud, mi integridad emocional, mi conexión con mi ser femenino, mi vagina, mis menstruaciones, mi receptividad.
Pusieron en jaque todo mi sistema de valores. Y agradezco que así haya sido. me saqué varios prejucios de encima. Creo que ahora soy mejor persona que hace unos años.
Pero lo cierto es que mi deseo de este año es no envenenarme más. Esto, por supuesto, es muy personal. Que ninguna mujer se sienta agraviada con lo que digo. Es mi experiencia y entiendo que cada una podrá sentirse libre de sentir otras cosas, incluso estarle eternamente agradecida a los tratamientos de reproducción asistida. Yo sólo espero que en el futuro los tratamientos de reproducción asistida dejen de tratar a las mujeres como máquinas de producir gametos. Y entiendan lo que en agricultura es una ley muy antigua: si explotás mucho un suelo, lo terminás deteriorando.