Bardo quiere decir literalmente ¨ entre dos ¨ un hueco desconocido entre dos puntos fijos. Es una fase de transición, un estado donde no se está ni aquí ni allá.
Dentro del bardo de la vida hay muchos
bardos. Cada vez que algo comienza o termina (un proyecto, una relación o el
día mismo) es como si ingresáramos en un bardo. Cuando no sabemos bien qué pasa
o que nos depara el futuro, habitamos un bardo, donde la incertidumbre y la
confusión son nuestros únicos puntos de referencia. Tratamos de salvar la distancia
lo más rápido posible, para evitar perdernos en ese abismo.
En cualquier situación donde faltan los
puntos de referencia conocidos, estamos en un bardo. La situación no tiene
ningún sentido; parece como que flotamos en el espacio, sin saber quiénes somos
ni qué se espera de nosotros, lo único que sabemos es que no sabemos.
¿Qué pasaría si encontráramos la manera de
relajarnos en este espacio y sentirnos cómodos allí? Todo se origina en el
espacio y finalmente retorna a él; los pensamientos vienen del espacio y
desaparecen en el espacio. El bardo entre pensamientos es una apertura al
espacio.
Nuestro bienestar depende de nuestro sentido del espacio:
cuanto más íntima nuestra relación con el espacio tanto interno como externo,
tanto más expansiva será nuestra mente. Mente y espacio son de la misma
familia. La sabiduría y el equilibrio pueden crecer allí donde la conciencia es
ancha y profunda.
El temor es la reacción natural a la experiencia de un
bardo. El miedo es el ancla del ego, que depende de la separación entre sujeto
y objeto. Está al acecho ahí donde hay dualidad y separación. Podemos
relajarnos en los sentimientos de terror, impotencia y aislamiento, dándonos
cuenta de que todas nuestras experiencias son proyecciones de nuestra mente; de
esa manera podemos aprender a sentirnos cómodos en este vacío. Reconocemos que vacío
es sinónimo de espacio y que el miedo es un simple marcador para la
apertura. A medida que la sensación de separación se disuelve en la integridad,
el miedo se convierte en sensación de libertad. En el umbral de lo desconocido
el miedo puede ser una señal positiva, un indicador de que algo nuevo se
avecina. El miedo simplemente avisa que el cambio y la apertura están cerca,
que se aproxima un nuevo conocimiento.
Podemos reconocer nuestro temor y simultáneamente
aventurarnos suavemente dentro de este nuevo territorio.
Para ayudar a enfrentar nuestros miedos, podemos
preguntarnos ¨¿Qué es lo peor que puede pasarme?¨ y seguir este pensamiento
hasta el final. Cuando la conciencia se abre así al miedo, éste pierde fuerza.
El miedo nos ayuda a reconocer que estamos en un bardo. Este conocimiento
aporta seguridad. Ahora sabemos que no sabemos. Al enfrentar esta verdad nos
ponemos en contacto con nuestra capacidad de conocer, no se refiere a
conocimientos de datos, sino a la capacidad de conocimiento. A esta capacidad
debemos aferrarnos cuando falla todo lo demás. Entonces el vacío y el espacio ya
no nos asusta y hasta podemos descubrir que nos sentimos como en casa allí.
Conocer
el miedo como amigo y aliado nos ayuda a enfrentarlo cuando surge.
El silencio nos ayuda a
familiarizarnos con el espacio. A pesar de la incomodidad inicial,
podemos acostumbrarnos al silencio, aprender a reconocer nuestros sentimientos
de inquietud sin ceder a ellos. En la medida en que nos mantenemos quietos, el
silencio nos permite empezar a explorar nuestra vivencia interior.
Atreviéndonos a sumergirnos en el silencio ingresamos en todo un mundo nuevo.
El silencio le brinda espacio a al mente para que ésta pueda expandirse y así
la actividad mental se vuelva más transparente. Cuando somos amigos del
silencio, los pensamiento o emociones que surgen pasarán de largo sin que nos
involucremos. En lugar de aferrarnos a las proyecciones de la mente, navegamos
con el radar de la conciencia plena.
Vivir sin arrepentimiento, Arnauld Maitland