21 de octubre de 2013

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Son las siete de la mañana. Nos despertamos, nos damos unos mimos, él me da mil besos en los labios y luego me dice: "vamos, amor, hoy te toca Puregón". 
Bajo a la cocina, abro la heladera, tomo la cajita de la medicación que compré el viernes y la puregon pen. Él prende la computadora para volver a ver el video de instrucciones. ¿Nos acordamos cómo era? No, no nos acordamos. Hay cosas que mejor no sistematizar. Pasaron muchos meses desde la última vez que me inyecté. Era julio y hacía mucho frío. Era julio y era nuestra segunda inseminación. Era julio y aún no sabía que me quedaría embarazada de esa segunda inseminación. Tampoco sabía que lo perdería y que, al cabo de unos meses, tendría que volver a reaprender cómo inyectarme. 
Estamos en octubre. Es primavera. Pongo alcohol en la punta del cartucho, limpio la lapicera como para sacarle brillo. Respiro y... me pincho con 75 IU. Una dosis redondita. Ya no tanteamos, hemos recorrido un camino y ya sabemos: son 75 UI durante cinco días. Y a esperar a que crezcan dos ovulitos. 

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