24 de octubre de 2013

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Tengo unas ojeras tremendas. Suena el despertador y me digo que soy una boluda marca cañón. ¿Cómo se me ocurrió darme la inyección a las siete de la mañana? Él me mira con odio y amor, todo al mismo tiempo.
Tengo el cuello a la miseria. Ayer me acosté a cualquier hora. Llegué de dar una clase a cualquier hora. Él ya había cenado. Me hice una especie de omelette con espinacas y una hamburguesita de arroz con aduki. No tenía mucha hambre pero estaba demasiado despierta. Dar clases de noche me deja demasiado alerta. Es horrible. Estar cansada y no poder dormir.
Voy a buscar el Puregón y preparo todo de memoria. Pero lo hacemos juntos porque si no está él nunca pongo la aguja perpendicular a la piel y entonces me duele o sangra o se me hace un moretoncito. Él me va diciendo así sí, no, así. Ayer, por ejemplo, sin darme cuenta me inyecté en una peca. Hoy al menos no. Voy mejorando. Es como estacionar pero con una aguja, ponele.

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